Mi amigo el sodero.
( Relatos Heterosexuales )



Cuando mi marido se fue me quedé sentadita al lado de la puerta sin vestirme, ya que había quedado sola. Tenía todavía las manchas de su semen fresco sobre las tetas y el pubis, y una ligera sensación de insatisfacción. El muy turro me había hecho alcanzar dos orgasmos, e iba en camino del tercero, cuando él consiguió el suyo y se fue. De modo que cuando tocó nuevamente el timbre, casi me alegre. Había venido a completar el trabajo, pensé. Así que salté a abrir la puerta, no digo alegre, pero sí ansiosamente resignada. Y no me vestí. ¿Qué sentido tiene vestirte para un hombre que acaba de verte desnuda?.No era mi hombre. Era el sodero. Un hombre de unos treinta años, muy simpático y atlético, que venía todas las semanas a cambiar las botellas vacías por las llenas. Yo había observado algunas miradas pícaras hacia mis tetas, las otras veces. Y estoy segura de que iguales miradas había merecido de su parte mi culo cuando involuntariamente lo contoneaba, llevando los sifones a la cocina. El hombre nunca había intentado propasarse, porque sabía que yo era una mujer casada, y él sabía mantener su lugar.Pero esta vez no. Cuando abrí la puerta completamente desnuda, abrió sus ojos como dos huevos fritos. Y se posaron sobre mis grandes y parados tetones con manchas de semen. Y me dio tanta vergüenza que se me pararon los pezones. Traté de tapármelos, mis manitas son demasiado chicas para semejante tarea, pero igual traté. Y su mirada fue hacia mi conchita, viendo las manchas de semen fresco. Traté de taparme el pubis, pero entonces mis tetas quedaron al aire, balanceándose.
-“¡Espéreme un momento Marcelo, que voy adentro a ponerme algo!” Y le di la espalda, aunque creo que él sólo me miraba el culo. La verdad es que tengo un culo muy sexy, pero en ese momento no tenía modo de tapármelo. Sentí el ruido de la puerta de entrada al cerrarse. Y sabía que, como siempre que entraba los sifones, Marcelo estaba adentro del departamento.Fui al dormitorio, tratando de que mi culo no se bamboleara demasiado, a buscar algo que ponerme. El dormitorio estaba en una semi penumbra, de modo que me costó un poco encontrar mis ropas desparramadas por el suelo. La noche anterior había venido un compañero de Hugo para hacerme compañía porque el había tenido que ir a un velorio, y las cosas se nos fueron un poco de las manos… Cuando me incliné para tomar la pollerita sentí el pantalón de Marcelo contra mis nalgas, y algo muy grande y duro presionando entre ellas. Me quedé helada, bueno “helada” no es exactamente la palabra, pero me quedé, como si esperara a ver que seguía. Y lo que siguió fue Marcelo me agarró las tetas con ambas manos, mientras apretaba su tranca contra mis glúteos. La situación no me escandalizó, pero sus manos apretaban mis pezones y la circulación comenzó a fluir hacia ellos. Pude comprender al pobre muchacho, la situación lo había desbordado, no podía culparlo. La cuestión era como detener sus avances, para no entregarme tan facilmente. Mientras intentaba pensarlo, Marcelo había comenzado a besarme el cuello, mientras su pija se refregaba contra mi culo y sus manos seguían haciendo maravillas sobre mis enormes glándulas mamarias. Naturalmente, todo esto me hacía difícil el concentrarme en mis pensamientos.
-“Marcelo” comencé con la voz un poco agitada por la respiración,
-“no interpretes mal la situación…” y entonces sentí la piel de su caliente nabo directamente en contacto contra la de mis nalgas. Era un atrevimiento de su parte, pero no sabía como decirle, ya que su aliento en mi cuello me producía extrañas sensaciones. Y ni hablar del masaje que me estaba dando en los tetas. Así que abrí la boca, pero no me salió nada: el nabo de Marcelo se había colado entre mis muslos y me estaba frotando la concha. Lancé un
-“¡Hoohhh…!” no muy adecuado para desanimarlo. Y me quedé centrada en las sensaciones que su enorme poronga me estaba produciendo con sus frotaciones. Pensé que él podía mal interpretar esas vacilaciones mías, así que con un esfuerzo de concentración volví a mi mensaje:
-“No sigas, Marcelo, que soy una mujer casada…” la voz me salió un poco baja, de modo que no supe si me había escuchado o no, pero cuando intenté repetir el mensaje en un tono más alto, su nabo había encontrado la entrada de mi concha y me estaba penetrando. La verdad es que los jugos que salían de mi indiscreta concha se lo estaban facilitando bastante. Y nuevamente me estaba costando concentrarme para encontrar las palabras. Para colmo de males, mi culo, que toma sus decisiones por cuenta propia, se había empinado permitiendo que su nabo penetrara completamente en mi concha. Y sus manos seguían amasándome las tetas. Y sus jadeos calientes en mi cuello que aportaban también su cuota en cuanto a distraerme. Pero lo intenté de nuevo.
-“Marcelo, Mar… ce… li… to…, yo… amo… a… mi… es… po…soo… ” Pero Marcelo había iniciado un rítmico vaivén, haciéndome sentir su poronga hasta la garganta. La situación era inadmisible. Aquí estaba yo, desnuda al lado del lecho conyugal, mientras que este muchacho ¡me estaba cogiendo! Pensé en mi amado Hugo, que si bien no tenía un nabo tan grande como el de Marcelo, era mi único del momento. Pero no lograba recordar la cara de mi amado Hugo, y en su lugar aparecía la imagen de cómo se vería la enorme tranca que sentía serruchando dentro de mí. Naturalmente, no podía permitir que eso continuara, ya que aceptarlo hubiera sido consentir una infidelidad.
-“¡Basta, Marcelo, Mar… ce… li… to…! ¡No… si… gas… co… gien…do… me… así… asíiiii… ahh… aahhh… aaahhhh… aaaaahhhhh!” y contra toda mi voluntad acabe mientras las paredes de mi concha saboreaban el hermoso pedazo que la invadia. Marcelo me acabo entonces espectacularmente. Sus chorros de leche salían con tal intensidad que parecía que nunca iban a terminar. Y otra vez, de nuevo involuntariamente, volví a acabar.Bueno, por lo menos la tortura había terminado. Y yo no le había sido infiel a mi querido Hugo, porque todo había ocurrido contra mis mejores intentos de impedirlo..jaja.Me quedé jadeando todavía, aunque un poco alarmada, porque su tranca seguía tan parada como antes.Me di vuelta para tranquilizar al muchacho de la culpa que debía estar sintiendo. Al fin de cuentas lo habían dominado las hormonas y además debía hacer mucho tiempo que el estaba juntando ganas conmigo.
-“Marcelo” le dije, sintiendo su erecto nabo contra mi vientre,
-“no debés culparte por lo que ha ocurrido… no fue culpa de ninguno de los dos…” Pero no pude seguir, Marcelo atrapó mi boca con la suya y, mientras sus fuertes manos se agarraban de mis nalgas, comenzó el más apasionado beso que jamás me hubieran dado. Su boca rodeaba la mía apretándola mucho, mientras su lengua recorría el interior. Mi lengua se prendió a la suya en una alegre respuesta, y no sabía como hacer para detenerla. Debe haber sido un beso de diez minutos, no les miento. Y yo sentí que perdía la cabeza. No supe bien cuando ni como mi mano se prendió a su tranca, pero en cierto momento me di cuenta de que se la estaba agarrándo con pasión. Pero entonces pensé en Hugo y aunque no lograba recordar bien su cara, el pensamiento me libró de culpa. El beso era tan intenso que empecé a acabar nuevamente, si..como leen acbe con un beso. Por eso no sé muy bien como fue que llegamos a la cama y aunque estábamos frente a frente, él en vez de meterme su tranca por mi conchita, comenzó a dármela por el ojete. Entre los jugos que manaban de mi concha, los que largaba su verga y los restos de semen que la embadurnaban, no le costó abrirme el orto hasta el fondo. Su abdomen frotaba mi clítoris y las ricas entradas y sacadas que me estaba dando este apasionado soderito, hicieron que tuviera que recurrir muchas veces al recuerdo de mi amado Hugo para no incurrir en pensamientos de infidelidad. A veces me olvidaba que era lo que estaba tratando de recordar, porque los empellones de Marcelo y las sensaciones que me producían en el culo me desconcentraban un poco, pero creo que en conjunto logré mantener los pensamientos de pureza en desmedro de los pecaminosos. Cuando Marcelito comenzó a aumentar el ritmo de sus vaivenes comencé a acabar una y otra vez, hasta que en la frenética serruchada final me quedé abrazando su culo con mis piernas mientras los poderosos espasmos de mi acabada me libraban de toda conciencia.Definitivamente este hijo de puta de sodero me habia vuelto multiorgasmica. Afortunadamente pude sentir como su pijota me llenaba el culo de leche calentita y espesa.Nos quedamos así, tendidos, con él arriba mío y su poronga en mi orto, haciéndome sentir deliciosamente ensartada. Marcelo comenzó a comerme la boca nuevamente, pero después de unos minutos procuré detenerlo.
-“Marcelo, Marcelito, recordá que solo podemos ser amigos, ya que soy una mujer casada y fiel a su esposo.” Marcelo emitió un gruñido de asentimiento y sacó su polla de mi culo, pero para enchufármela en la concha.
-“Así está mejor”, le dije, “ya que el concha es más legal que el culo”, Marcelo gruñó nuevamente. Y comenzó una nueva serruchada ante la cual tuve que recurrir muchas veces a la algo desdibujada imagen de mi marido, … ¿Cómo era que se llamaba…? …Ah, sí: Hector... ¡¡Noo, Hugooo!! Y a la cuarta o quinta vez que volvi a acabar, comprendí que lo que estaba haciendo estaba mal. De un salto me desensarté, y me quedé mirando el poderoso nabo de mi amigo, que se sacudía solo, en el aire. Él pobre no tenia la culpa de semejante potencia viril. Y compadecida de su situación me arrodillé a su lado en la cama, y comencé a besarle la poronga. La idea era aliviarlo,no me resultó desagradable, tal era la simpatía que sentía por este muchacho. Hasta diría que el olor me mareaba un poco, de un modo algo trastornante por lo placentero. Y le recorrí la poronga de la raíz a la punta muchas veces, con besitos y lamiditas. Y Marcelito comenzó a gemir. ¡Pobre! Me daba pena su sufrimiento, de modo que le metí un dedo en el ojete para distraerlo un poco del nabo, al tiempo que metí el mismo en mi caliente boca. Enroscaba su desnuda cabeza con mi lengua, como para degustarla bien, al tiempo que con mi dedito le iba cogiendo el culo. Me encantaba brindarle un servicio tan sumiso, como si estuviera adorando su nabo. Y él debía estar creyendo algo así –¡el pobre estaría creyendo que yo lo hacía por gusto!- porque de pronto su estaca comenzó a dar sacudidas dentro de mi boca, y de su grueso glande comenzó a manar leche que tragué con placer, aunque fingiendo pasión para no herir sus sentimientos. Y finalmente se lo succioné para sacarle hasta la última gota. Y sintiéndome una real bienhechora procuré recordar la imagen de la cara de mi amado Hugo, pero no lo logré. En vez de eso, de un modo totalmente inesperado, acabe.Ya más tranquilos, mientras jugaba con su poronga en mis manos, le expliqué lo de mi fidelidad, y por qué yo nunca había engañado ni engañaría a mi marido. Inesperadamente la tranca volvió a ponérsele dura, y contra todas mis protestas y expectativas me ensartó nuevamente por el culo, luego de ponerme boca abajo. Su pelvis rebotaba contra mis redondas nalgas con gran entusiasmo. Pero esta vez no tuve un orgasmo, el que tuvo todos los orgasmos fue mi cuerpo, ya que yo estaba ausente, sumergida en un mar de sensaciones por cuya superficie pasaba a ratos una fotografía algo borrosa que bien podría haber sido de mi amado Hugo, aunque en esos momentos no recordaba su nombre.Cuando retorné en mí, Marcelo estaba echado a mi lado, mirándome con cariño y admiración.
-“¡Sos la puta más puta de todas las clientas que he conocido…! Podrías ganar una fortuna, si te dedicaras…jaja, si el supiera mi oficio.
-”Mejor es que no me tutee, Marcelo, conviene mantener las distancias. Por el qué dirán, ya sabe.
-“Vuelvo el próximo jueves”, me dijo ya desde la puerta.Eran ya las cuatro de la tarde y decidí darme una buena siesta, me la merecía.Y mientras me sumergía en el frescor de las sábanas recién cambiadas me sentí confortada por los pensamientos de inquebrantable fidelidad y pureza que me embargaban. Eso sí, antes de poder dormirme tuve que masturbarme varias veces, recordando los modos en que había defendido mi virtud ese día.




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