Zoo-ñar.
( Relatos Fantasias )


Hay días en que amanezco terriblemente cansada, casi deshecha. ¿Has tenido alguna vez un sueño, de esos que piensan que está sucediendo realmente; tan vívido, que se puede sentir en todo el cuerpo? Pues anoche tuve uno de esos.

Empezó de manera genial. Entraba a un restorán de lujo, fino: Una alfombra aterciopelada, grandes candelabros, manteles blanquísimos, todo un lujo. La luz apenas bañando el lugar para dar una idea de intimidad. Me recibía El maître con una sonrisa agradable. Me ayudaba a quitarme una capa de terciopelo azul cielo que cubría el poco de ropa que traía: Un baby doll de tirantes, azul, sumamente transparente, sin copas, sólo unas pequeñas tiras que se ceñían a la forma del busto y que sostenían unas argollas que enmarcaban los pezones; unas bragas azules tan diminutas que apenas cubrían mi vulva depilada; unos zapatos azules de tacón de 12 cm.

Caminaba lentamente por el lugar, sintiendo que la mirada de todos los comensales me acompañaban lubricas hasta mi lugar. El maître me colocaba la silla para sentarme y me extendía la carta. Estaba yo sola en mi mesa, dispuesta a comer. De pronto aparecía una banda compuesta por cinco jovenzuelos que empezaban a tocar un tango de Piatzzolla. El maître se acercaba a mí y me invitaba a bailar. Se ajustaba a mi cuerpo sentía su ropa tocar mi piel, me llenaba de un calor vigoroso, sus pasos eran etéreos. Me sostenía con sus manos fuertes y grandes de la cadera, levantándome por los aires y dejándome caer en su pierna, haciéndome resbalar por ella hasta el suelo y volviéndome a levantar, así una infinidad de veces. Sentía como con cada volada mi corazón se aceleraba y mi temperatura aumentaba.

En una de aquellas infinitas alzadas me detuvo en vilo y me arrancó con sus dientes mis diminutas bragas. Encajó de golpe su nariz en mi vagina, aspirando con violencia todos mis aromas. Su nariz encajada en mi sexo rozando mi clítoris y humedeciendo mi vulva y por lo tanto su apéndice. Me deslizo lentamente por esa nariz que me parecía interminable y coloco su lengua dentro de mí. Recorría con placer, mi placer, todas las paredes de mi sexo, refocilándose con gusto. Su lengua golpeaba el interior de mi vagina y la masturbaba con ganas.

El frenesí que presentaba la lengua del maître me generaba una febril oleada de deseo, haciendo que me sujetara a sus hombros su carne me parecía deliciosa suave y fuerte al tacto, acariciaba su pecho fuerte y varonil, de pronto en un afanoso juego de lengua el maître hacía correrme en su cara vaciándome por completo en su rostro. Entonces me bajaba colocando mis pies en el piso. En ese momento me percataba que el maître tenía la cara de un bovino, un toro enorme con cuerpo de humano.

Mi dulce minotauro me conducía de nuevo a mi mesa donde me esperaba un sátiro que fungía de camarero. El sátiro me miraba arrobado con unos ojos grandes, y un cuerpo musculoso, sus patas de macho cabrío, su rostro parecía el de un demonio, con unas cejas oscuras y pobladas, una piocha áspera y larga, y unos pequeños punzones. Sostenía firmemente una bandeja plateada que abrí con avidez; el recipiente contenía lo que sería la entrada: un enorme falo. La verga flácida del sátiro ofrecida como manjar en la escudilla.

Tome la enorme verga y la lengüetee, recorriéndola con gusto, sintiendo su sabor picante y dulzón; la bese por completo haciendo que se inflamara y tomara un estado rígido, fuerte, firme. Metí el manjar en mi boca sintiendo como me llenaba y forzada a abrir la comisura de mis labios. Comía con fragor la enorme verga que crecía implacable dentro de mi boca. Sus latidos me llenaban de deleite y me engolosinaban más y más. De pronto sentí las manazas del sátiro que me sostenían de la nuca y me obligaban a tragar más de aquella enervante comida.

El camarero me sujetaba con tal fuerza que me era imposible desprenderme de aquella salchicha de macho cabrío que se movía con vida propia dentro de mi boca. Las lágrimas me corrían de ahogamiento y placer, de temor y codicia, de hartazgo y anhelo. Quería sacarla, escupirla, pero también quería acabármela, dejarla vacía por completo. No tuve que esperar mucho, de pronto soltó el relleno de aquella butifarra y la derramo dentro de mi boca. Trague con desesperación tan delicioso manjar evitando, con un poco de miedo, no sé por qué, que se me derramara la leche fuera de la boca.

Repentinamente pude apreciar como una pequeña gota de la leche se me escurría por el mentón y caía en el suelo. La cara de mi camarero sátiro se transformó terriblemente, en una mueca de desprecio y enojo. Me levantó con fuerza y me coloco sobre la mesa dejando expuestas mis nalgas. Su verga había crecido más pero se había desinflado. Entonces sujetando mi espalda con una mano le dio por zarandearme con su verga. Sentí el ardor de cada golpe que me propinaba en las nalgas, fuerte, feroz, tan terribles que me llenaban de una lascivia incontrolable.

Grite pidiendo ayuda y el maître corrió pronto a auxiliarme. El hermoso minotauro sacó su verga frente a mí y comenzó a bofetearme. El castigo era terrible, estaba siendo castigada como una niña por no comerme mi sopa completa. Entonces el minotauro metió su verga en mi boca mientras el sátiro seguía fustigando mi rojo trasero y volvía a ser alimentada por con una enorme butifarra que me llenaba los cachetes.

Los golpes del sátiro hacían que el potente sexo del minotauro se clavara en mi garganta, haciendo que masturbara con toda mi boca aquel portentoso falo. Chupe, chupe mejor que lo había hecho con el sátiro, hasta hacer que el minotauro se corriera en mi boca evitando en esta ocasión derramar el semen, tragándome toda la leche del animal. En recompensa el sátiro llenó mis nalgas de besos, raspándome con su piocha. Era verdaderamente excitante.

El minotauro volvió a sentarme en la silla y me preguntó que si quería el plato fuerte. Por supuesto que accedí. Entonces aparecí tendida en la mesa, cubierta de frutas y vegetales de todo tipo. Los comensales se levantaron de sus sillas y se aproximaron a mi mesa. Conforme se iban acercando me percate que no eran humanos que eran unos cerdos, grandes, gordos, peludos.

Empezaron por olisquearme, pegaban sus trompas de cerdo por todo mi cuerpo, aspirando cada milímetro de mi piel; trompas frías, húmedas. Algunos se atrevían a pasarme su lengua por los muslos y las caderas, sus lenguas jugueteaban con mis pies, mis axilas, se metían a escarbar en mis orejas, a veces mordiéndolas, sus dientes atrapaban mis labios, los atrapaban con sus dientes jalándolos, jalaban también mis pezones con sus bocas o sus pesuñas.

No se cansaban los cerdos de jugar con su comida. Mientras su comida, gemía, suspiraba, se quejaba de los bruscos besos y las fuertes caricias. Lamieron mis pezones, mis tetas por completo, mi vientre, mi ombligo, mis muslos, mis entre piernas, mis nalgas, mi espalda, mis pies, mi ano, mi vulva. Metieron sus pezuñas sucias en mi vagina, sacando mis flujos como si fueran miel y relamiéndosela de entre los dedos; me daban a probar también mi miel, la untaban en mi boca para que saciara mi apetito, porque me daba hambre de ver como probaban de mi, me daba hambre de mi misma.

Hubiera querido poseerme, entrar en mí y sentir esa miel que fluye por dentro de mí. Provocarme todos los malditos orgasmos que esos cerdos me estimulaban. Finalmente dejaron de comer, como si hubiera venido una orden superior hicieron una fila y se formaron frente a mí, bajando su pantalón y exhibiendo unas descomunales vergas. Pronto fueron entrando cada uno de ellos por mi vagina y mi ano, cogiéndome con locura y frenesí. Hozaban y gruñían mientras introducían con ardor y salacidad sus penes, sus ricos penes, que iban invadiendo mi interior de uno por uno.

La fila era interminable, fui vejada por aquellos puercos lujuriosos durante toda la noche, mi panza se iba inflando de tanto semen que metieron en mí. Me sentía rebosante, llena, satisfecha, plena. Mi panza parecía la de una mujer embarazada de mellizos, me levante y salí a la calle con mi baby doll y sin bragas, contenta, sintiendo como toda aquella leche se derramaba por mis piernas.

Entonces, desperté, y te llame para ver si querías invitarme a ese restorán que tanto te gusta. Quién sabe, a veces los sueños se cumplen.

Foto 1 del Relato erotico: Zoo-ñar.




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Codigo do Relato
4875

Categoria
Fantasias

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