sexo duro a una madura bien puta
( Relatos Sexo com Maduras )


Os voy a relatar una historia totalmente real, hace tiempo que quería compartirla con la gente, porque cada vez que la cuento a alguna de mis amantes, les resulta divertida por lo curioso de la situación.

Yo por aquel entonces sería un chico de unos treinta años, voy al gimnasio y tengo buena genética para ello, así que basta una simple mirada para fijarse en que tengo unas espaldas y unos brazos que llaman la atención.

Llegó un fin de semana en que mi primo me llamó para que fuese al pueblo, que estaba organizando una cena en la terraza de las piscinas y quería que me acercase hasta allí para correrme una juerga con él y con sus amigos.

Así hice, una buena juerga no es algo que puedas rechazar. La cena no estuvo mal, nada se salió de lo normal, lo único que me llamó la atención fue una madurita rubia y con gafas, amiga de mi primo, casada y con dos niños, que no cesaba de mirarme.

Cada vez que volvía la cabeza hacia su posición en la mesa, ella me estaba mirando; con el tiempo me confesó que no podía dejar de mirarme, que aunque no quisiese, tenía que volver la mirada hacia mí porque se ponía cachondísima.

Así que ya os podéis imaginar lo que aconteció los siguientes días: la madurita en cuestión acabó poniéndose en contacto conmigo; al parecer estuvo dándole la paliza a mi primo para que éste le diese mi número de teléfono, y mi primo, después de que le insistiese mucho acabó por dárselo.

Me comentó que ya no quería a su marido, que no había chispa entre ellos, si es que alguna vez la había habido, que además era un pésimo amante, y tantas, y tantas cosas que casi me dio pena la mujer. Y me dijo de sopetón, que quería montárselo conmigo.

Imaginaos mi situación, una amiga de mi primo, casada con un tío del pueblo, con hijos, y para colmo vecina del pueblo, donde todo el mundo se conoce, quería sexo conmigo. Podía sentirme afortunado por ello, pero si alguien se enterase, podría acabar siendo un marrón, así que, viendo que tenía mucho que perder, decidí tirarme a la piscina y hacerle unas proposiciones un poco fuertes, por una parte porque pensaba que me iba a contestar que no, y por otra para ponerme las botas si por una de las inimaginables casualidades me decía que sí.

Le dije, sin ningún tipo de pudor y de tacto, que si nos lo montábamos sería para, con el tiempo, acabar haciendo todo tipo de fantasías, y que en la primera cita quería tener con ella sexo anal y correrme en su boca, así, con estas palabras.

Y cual fue mi sorpresa que respondió que sí.

Que no tenía problemas en que me corriese en su boca, que lo hacía a menudo, y que, aunque nunca había probado el sexo anal, que quería practicarlo, que le daba algo de morbo, y que su marido llevaba un tiempo dándole la paliza con ello pero ella no quería dejarle romperle el precinto.

Así que decidimos quedar un sábado y que ella acudiese a mi casa.

Después de unos minutos un poco dubitativos, en que lo incómodo de la situación parecía que podía con nosotros, nos desinhibimos, y aquello resultó mejor de lo que yo esperaba, además con creces.

La tía no es que fuese una belleza, pero ese defecto lo suplantaba con lo buena folladora que era. Sabía siempre como ponerse, accedía a todo, y sobre todo era una mamadora de poyas estupenda, se la metía hasta la garganta, y eso que tengo un tamaño considrable, la ensalibaba bien, y recogía en su boca todo lo que iba saliendo de mi poya para volver a escupirlo sobre ella, todo ello mientras estaba de rodillas y me miraba a los ojos, lo que me ponía a mil, así que no tarde en descargar, en su boca, por supuesto.

Tal y como estaba, de rodillas, sin dejar de mirarme a los ojos en ningún momento, y con la boca abierta para que yo lo viese, jugó con mi semen en su boca durante un minuto, moviéndolo de un lado a otro con su lengua y se lo tragó sin ningún tipo de vergüenza y de asco.

Ni que decir tiene que aquello me puso aún más a mil, no llegó ni a desaparecer la erección.

–Ponte a cuatro patas que te voy a dar por culo.

En ese momento podría parecer un poco fuerte el comentario, pero luego me confesó que le ponía que le hablase con esta rudeza, lo cierto es que era un poco sumisa.

–Pero si me duele y te digo que pares, ¡¡para!!

Comencé comiéndole el culo durante un buen rato, que por cierto, lo tenía perfeto para mi gusto, simétrico y bien depiladito.

No lo había probado nunca y descubrió que sentir mi lengua entrando y jugando en su culo le gustaba mucho.

–Si estás ya así, espérate cuando nos pongamos en acción.

Le lubriqué bien el esfinter, y comencé a meterle dedos uno a uno, cada vez que introducía un dedo nuevo me entretenía metiéndoselos y sacándoselos unos cuantos minutos, para que de esa forma su ano dilatase correctamente y sin problemas, hasta que ya le entraban los cuatro dedos sin dificultades y dolor.

–Prepárate.

–Sí.

Creo que ella estaba mitad nerviosa, mitad ansiosa, lo que sí sé es que esta muy cachonda.

A pesar de estar bien dilatada me costó meter el capullo, la verdad es que la tengo muy grande, y ella sintió dolor, y además bastante.

–Me duele….. sácala……

Yo intentaba apaciguarla acariciándole la espalda y susurrándole palabras tranquilizadoras, pero al menor movimiento que hacía debía de ver las estrellas, como así se encargaba de darme a entender.

–Para… para…

Movía la cabeza de un lado a otro, como así queriendo mitigar el dolor.

–Tranquila, aguanta un poco, que no puede durar mucho.

Intentaba moverme muy poco a poco, y se la metía milímetro a milímetro, pero a pesar de esos cuidados, ella seguía sintiendo un dolor tremendo.

–Me duele mucho…. Sácala….

Sentía tanta lástima por ella que estuve tentado de detenerme, pero cuando estaba a punto de hacerlo, parece que poco a poco empezó a dejar de quejarse y sus mensajes corporales comenzaron a cambiar drásticamente. Ya no se quejaba, ahora seguía con su cuerpo el ritmo de mis, cada vez más rápidas y bruscas, embestidas.

Ya no se protestaba, ni decía que parase, ni tampoco que la sacase de su culo, ahora decía:

–¡No pares…, no pares….!

Pensé que el dolor inicial era debido a su primera vez, pero con el tiempo descubrí que era crónico, por muchas cosas que intenté no lograba que ese dolor del inicio desapareciese nunca, así que le quedó muy claro que si quería disfrutar del sexo anal, tenía que pasar por ese trance todas las veces.

Y aquel día comenzó un mete-saca por el culo que nos llevó al extasis. No quise cambiar de postura, por si acaso, y acabé dentro de su culo después de media hora, tiempo durante el cual ella quiso morir de la sensación.

Ella descubrió que el sexo anal, además de morboso, le resultaba muy placentero, y decidió seguir practicándolo conmigo en todas sus aspectos, y claro, yo no podía decir que no a eso.

A partir de esa vez estuvo pasándose por mi casa asiduamente y en cada visita probábamos un juego nuevo, en el cual, su ano, era el protagonista: De ese modo, los consoladores, bolas chinas, arneses, plugs anales, enemas, incluso alguna hortaliza muy conocida comenzaron a formar parte de nuestros encuentros, je.

Me encantaba jugar con su culo, además era muy complaciente, no decía que no a nada y todo le gustaba. Le ataba las manos a la espalda, la amordazaba, la colocaba a cuatro patas en el suelo y la sodomizaba de pie con los piernas flexionadas mientras derramaba pequeñas gotas de cera de vela por su espalda.

La colocaba bocabajo dejando caer sus piernas sobre sus hombros y le hacía tres cuartos de lo mismo, y como le colocaba lavativas, y siempre sacaba la poya limpia, no tenía ningún problema y meterla en su boca y correrme dentro, que luego ella se lo tragaba y terminaba por limpiarla.

No recuerdo ni cuantas veces le sodomice en la ducha.

Ni en el pasillo.

Ni encima de la mesa del salón.

Ni en el garage.

Ni en la montaña.

Ni en los baños de algún bar o algún centro comercial.

El sofá casi tuve que tirarlo del tute que le dábamos.

Nos gustaba quedar en un bar a tomar un café, nos sentabamos en una mesa apartada y en un momento de tranquilidad se abría la gabardina para mostrarme que solo llevaba debajo medias y tacones. Tras esto, subíamos a mi casa y la castigaba por ello.

Eran castigos suaves, de mutuo acuerdo, para que disfrutásemos los dos.

A pesar de todos estos juegos, lo que más morbo le daba era que la colocase a cuatro patas en la cama, de espaldas al espejo, y que yo tb de pie sobre la cama, con una pierna a cada lado de su cuerpo, le follase el culo para que de este modo ella pudiese mirar entre sus piernas y ver la escena reflejada en el espejo.

Le ponía ver mi poya entrando y saliendo, todo lo larga que era, en su orificio trasero, se ponía más cachonda todavía; y cuando la sacaba, le abría las nalgas con mis manos y dejaba al descubierto su ano, totalmente abierto y sin ningún pliegue, dejaba escapar una exclamación, que más que de asombro era de puro morbo.

Yo acompañaba aquella postura con mordiscos en sus hombros y su cuello, algo que le encantaba, y ella a su vez, volvía de vez en cuando la cabeza para darme pequeños picos, lo que a mí me ponía cardiaco.

Un día, entre visita y visita me comentó un secreto:

–Ayer dejé hacermelo por el culo a mi marido.

Porque, no lo olvidemos, ella seguía “felizmente” casada.

–¿Ah…, sí…? ¿Y qué tal?

–Mal, porque no me dilato el ano ni nada por el estilo, y duró sólo dos minutos, así que sólo sentí el dolor del principio, cuando ya empezaba a sentir buenas sensaciones se corrió.

La verdad es que su marido era un pésimo amante, y no sólo por esta experiencia, ella se había encargado de contarme pasados procedimientos; nunca he llegado a entender lo mal que se lo montan algunos tíos, y más en casos como éste, que su mujer era un volcán a punto de erupcionar a todas horas y sería facilísimo contentarla con el consiguiente premio que sería hacerle de todo.

Ahí quedó la cosa, y nosotros seguimos viéndonos a menudo y probando todas esas cosas que tanto morbo nos daban a los dos, hasta que un día:

–El domingo dejé otra vez hacerle anal a mi marido.

Yo notaba en su cara una sonrisa oculta que no podía esconder, pero en ese momento no sabía a qué se debía. Hice memoria y recordé que ese fin de semana nos habíamos visto, pero había sido el día anterior, el sábado, en el cual, como siempre le habíamos dado una existencia tremenda a su ano.

–¿Y…?

Entonces fue cuando rompió a reírse a carcajada limpia.

–Me lo pasé muy bien.

Y me comentó con pelos y señales la experiencia:

Al parecer, a su marido, la poya le entró por el ano sin problemas y hasta el final a la primera.

–¿Has visto como la segunda vez entra mejor?— Fue lo primero que acertó a decirle a su mujer; fue un craso error.

¿Cómo no le iba a entrar bien si la tarde anterior había tenido dentro de su culo un enema, bolas chinas, dos consoladores y mi poya? Claro que él no sabía que su mujer ya había practicado sexo anal al menos cien veces, para él era una supuesta segunda vez.

Ella, al oír el comentario comenzó a reírse, lo que su marido entendió como un atisbo de placer que, como es normal, le debió subir el líbido, y cada vez la penetraba con más rabia.

–¿Ves como solo duele la primera vez?

Y ella venga a reírse sabiendo que si le entraba tan suave por el culo era gracias a mi sesión anal del día anterior, ya que yo tenía la poya el doble de grande. Y su marido cada vez más cachondo viendo a su mujer reírse, y cada vez dándole con mas fuerza.

–Te gusta que te dé por culo. ¿eh? Te gusta como te lo hago.

Y ella venga a reírse, cada vez con carcajadas más exageradas; todo esto mientras su marido la sodomizaba a cuatro patas cada vez con más ahínco.

–Disfruta, que la segunda vez ya gusta mucho.

Y tanto que dusfrutaba, se lo estaba pasando en grande a costa de las comentarios de su marido.

Y así estuvieron, él diciéndole guarradas y ella riéndose a carcajada limpia hasta que se corrió…., tres minutos. Y por lo visto las risas le estaban durando hasta ese día que nos habíamos vuelto a ver.

Hay que reconocer que la escena tenía que ser divertida, para todo el mundo menos para el marido, pero oye, ojos que no ven corazón que no siente. Seguramente él no dejaría escapar la oportunidad de sacar pecho en el bar ante sus amigos de lo bien que le follaba el culo a su mujer y lo que disfrutaba con su enculada.

Nosotros seguimos viéndonos unos cuantos meses más, siempre con los mismos juegos morbosos, hasta que ella se separó, se echó un novio y dejamos de vernos.

Pero no creais que dejó de practicar juegos anales, al contrario, siguió con ellos y hasta los aumentó ya que me comentó que se compró un arnés y empezó a penetrarle analmente, y con el tiempo, todos los juegos que sentía en sus carnes, los acababa practicando con su novio.

Sin duda era una mujer que sabía pasarlo bien, je.

Espero que os haya gustado.




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Codigo do Relato
3113

Categoria
Sexo com Maduras

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