EL SOCORRISTA
( Relatos Gay )


Yo estaba excitadísimo. Oscar, mi compañero de clase, mi admirado y guapísimo Oscar había accedido a acompañarme a la piscina ese sábado. El era un gran nadador, y con esa disculpa yo insistía en invitarle a la piscina de mi club, para que me diera algunas instrucciones y mejorar así mi estilo, aunque -en realidad- yo sólo deseaba verle en bañador. En el colegio, cuando hacíamos deporte, estábamos demasiado vestidos y nunca había clase de natación. Imaginaba ese cuerpo dentro de un diminuto slip de baño y me ponía a cien... Y ya ni te cuento cómo me ponía cuando me imaginaba mi cuerpo pegado al suyo...uhmm... Yo, rubio de ojos azules, bronceado y sin vello, delgado pero marcado, un cuerpo adolescente en plena evolución, y Oscar, algo más alto que yo, moreno, anchas espaldas y fuertes brazos y piernas de deportista, un tiarrón, vamos, aunque aún fuera un crío como yo. Yo estaba deseando atraerle a mi terreno porque sabía que el vestuario de mi piscina es diáfano, sin cabinas, y eso me permitiría observarle disimuladamente. Cuando entramos en el vestuario, Oscar no se inmutó, y -dejando la bolsa sobre uno de los bancos de listones de madera que había contra la pared como único mobiliario- sacó su toalla y su bañador y comenzó a desnudarse de inmediato. Yo le imité sin decir palabra, pero sólo de pensar en que al fin estabamos los dos allí me empecé a empalmar, así que me quité el pantalón y dejé la camisa para que ocultara la evidencia. Oscar se había quitado ya toda la ropa menos el calzoncillo y al verme así se sonrió: -Te voy a ganar... -me dijo con cierta ironía. Yo le sonreí y continué quitándome el calzoncillo y poniéndome el bañador, mientras él hacía lo propio quedándose completamente desnudo. Yo no quería mirarle abiertamente, aunque podría haberlo hecho porque estaba de costado, pero me daba corte el cariz que estaba tomando mi erección, que de seguro se iba a notar bajo el bañador. Sin embargo no pude resistir echar un vistazo fugaz a su trasero, para vislumbrar un culito blanco, duro y apretado que casi me hace desmayarme... Para cuando terminé de guardar la ropa y sacar la toalla ya me había serenado bastante, así que pude quitarme la camisa del todo y ambos salimos al exterior. Nos dirigimos a la piscina, y le señalaba yo todas las instalaciones del complejo mientras andábamos, para que lo fuera conociendo, y así yo podía recrearme en la visión de su cuerpo bajo el sol sin que él lo notara. Estaba realmente bien, bajo su cabeza perfecta y su fuerte cuello un cuerpo musculado sin exageración, pectorales marcados, vientre plano y duro como un buen nadador, piel tersa, bronceada y brillante sin nada de vello y una armonía al andar que le hacía parecer un ángel. Al llegar a la piscina pensé que debía impresionarle y llamar su atención de algún modo y pensé que nada como un salto desde el trampolín. -Fíjate, Oscar. A ver si tú haces algo así -le dije mientras subía a la más alta de las plataformas-. Yo era un buen saltador. Y estaba acostumbrado a fijarme durante los entrenamientos en los saltos de los compañeros. Veía sus músculos estilizados tensarse y el cuerpo evolucionar en el aire, y eso me excitaba muchísimo. Esperaba que a Oscar le pasaría lo mismo. Estaba en lo alto de la plataforma cuando escuché un silbato. Miré hacia el lugar del que provenía y ví a un tipo que me hacía gestos de que bajara de allí. Oscar me miraba entre asombrado y divertido, y yo pasé del tipo del silbato. Ejecuté un salto perfecto mientras escuchaba un nuevo toque de silbato. Al salir a flote vi en el borde de la piscina a Oscar aplaudiendo y riendo, y a su lado al tipo del silbato, señalándome con el dedo. -Oye, chaval, está prohibido tirarse desde el trampolín, ¿No lo sabes? -me dijo. Estaba enfadado y me miraba fijamente. Entonces reparé en él. No me había dado cuenta de que era un socorrista de la piscina al que no conocía. Y era guapísimo... Tendría unos 23 años, pelo rubio corto y unos ojos frios y azules que destacaban en su rostro anguloso y bronceado. Su cuerpo estaba cincelado en el gimnasio, con una musculatura perfecta y potente y un diminuto bañador azul aguantaba un aparatoso bulto que llamaba poderosamente la atención. Me di cuenta de que me estaba poniendo colorado, y agradecí estar dentro del agua porque me estaba empezando una erección. -Pues... no, no lo sabía -balbucí, intentando no mirarle al paquete-. -Pues que sea la última vez, te lo advierto -dijo, amenazador, y se dio la vuelta sin esperar mi reacción. Mientras se alejaba me quedé hipnotizado por su cuerpo, esa espalda ancha y tersa, esas piernas musculosas y -sobre todo- esas nalgas duras, apretadas, que se contoneaban bajo el nailon del slip... Me despertó Oscar reanudando su aplauso. -Bravo, Nacho, tio... ¡qué salto! No sabía que eras tan bueno. Al mirarle y ver su expresión de admiración recordé para qué estábamos allí. Me encantó ver en sus ojos esa mezcla de sorpresa y envidia... ¿Le estaría conquistando? -¡Vamos, ven a nadar! -le dije-. En el acto, con un grácil salto, se tiró de cabeza a la piscina y desapareció bajo el agua. Cuando estaba esperando verle emerger cerca de mí, sentí unas manos que tiraban de mis pies hacia abajo, y me hundí en el agua de inmediato. Allá abajo estaba el muy guasón mirándome, y hasta se reía. Cuando se impulsaba hacia arriba para ganar la superficie alargué la mano para sujetarle, pero solo logré asirme a su slip. Tiré de él y se lo bajé hasta las rodillas, dejando al aire sus preciosas nalgas blancas. De inmediato detuvo su ascensión y se volvió hacia mí sorprendido, y mientras trataba de mantenerme alejado con una de sus piernas tiró con fuerza del bañador para subírselo. Pero al hacerlo no pudo evitar mostrarme de frente una visión celestial: su sexo. Bajo una pelambrera oscura que se agitaba bajo el agua se mantenían bien firmes sus huevos mientras una polla de buen tamaño se bamboleaba en libertad. La visión duró solo unos instantes, pero al asomarme al exterior pude ver la expresión de su cara y estaba colorado, aunque con una sonrisa entre pícara y avergonzada. -Te vas a enterar... -amenazó, mientras nadaba hacia mí a grandes brazadas y yo trataba de huir entre risas. Por supuesto me alcanzó, y nos enzarzamos en una batalla acuática magnífica. Tan pronto me hundía él como le daba yo una ahogadilla, entre risas y manotazos al agua, pero sobre todo era maravilloso comprobar que estaba agarrándole por todos lados, le sujetaba por la espalda, le cogía de un muslo, me abrazaba a él, le hundía, o le arrastraba al fondo conmigo si él me hundía a mí. Y el hacía lo mismo, me sujetaba, me hundía, me inmovilizaba, y al hacerlo me tocaba, me rozaba el culo, el pecho, la polla... En un momento dado llegué a sujetarle por la espalda tan fuerte que no se podía mover y yo apretaba mi polla contra sus nalgas, al tiempo que notaba una erección súbita y fortísima. Pero no me solté. El se dio cuenta, seguro, porque trataba de separar su culo de mí, y cuando lo logró me miró sorprendido, jadeante y sonrojado. Yo estaba muy excitado, esperando que se acercara a mí para continuar el juego, y absolutamente decidido a pasar a la verdadera acción. En cuanto se acercara le metería la mano por debajo del bañador... y a ver qué pasaba. En eso sonó de nuevo un pitido que me devolvió a la realidad. Allí delante, en el borde de la piscina se encontraba el socorrista, en jarras, mirándome insolente y haciéndome un gesto para que saliera. -Tu, fuera, ¡Sal ahora mismo! -ordenó-. No están permitidos esos juegos en la piscina. -Pero, ¿Por qué? -balbucí mientras salía por la escalerilla. -Por seguridad. Deberías saberlo. ¡Vamos! Me cogió del brazo y me acompañó sin violencia pero con firmeza hacia los vestuarios, ante la mirada atónita de Oscar desde el agua. -A ti se te ha acabado el baño por hoy, chaval. A ver si aprendes a cumplir las normas. Me puse rojo de rabia. Si antes me gustaba este hombre, ahora le odiaba por haberme estropeado la tarde; me hubiera gustado pegarle, pero lógicamente era más fuerte que yo... Por el camino, me dijo que me cambiara y me fuera y que la próxima vez fuera más obediente con las normas. Su tono era entre chulesco y paternalista y me enervaba oirle. Así que cuando llegamos al vestuario y me repitió que me vistiera me encaré a él y le dije en el tono más chulo que pude: -Tengo derecho a ducharme para quitarme el cloro antes de vestirme. Por toda respuesta esbozó media sonrisa despectiva y se dio la vuelta, alejándose. No pude evitar volver a quedarme hipnotizado con su culo, moviéndose armónicamente bajo el slip azul. Me metí en la ducha y disfruté de ella mientras recordaba el buen rato pasado con Oscar. Me enjaboné y hasta llegué a empalmarme pensándolo. Tanto que el pasar el jabón por encima del bañador me excitaba enormemente. De pronto, al darme la vuelta, me encontré al socorrista apoyado en el quicio de la puerta y mirándome fijamente. Las duchas no tienen cortina, y no podía ocultarme. Me pareció el colmo de la cara dura, pero él no se inmutó, siguió mirándome con su media sonrisa burlona. Tampoco me urgió para que acabara pronto; simplemente, me contemplaba. Al momento pensé que sería una buena venganza reirme de él, hacerle pagar por su chulería. Hice como si no estuviera allí y seguí enjabonándome, pero muy despacio, voluptuosamente, hinchando mis músculos al pasar la pastilla de jabón por ellos, acariciándolos hasta formar espuma y extendiendo esta por todo mi cuerpo. Le di la espalda totalmente mientras enjabonaba mis nalgas por encima y por debajo del bañador. Sentía su mirada a mi espalda, taladrándome. Y al mismo tiempo me puse muy caliente, tuve una erección tremenda y mi polla empujaba el bañador queriendo traspasarlo. Yo la enjabonaba de espaldas al mirón, le imaginaba rogando porque me diera la vuelta, y cuando me pareció que ya había recibido bastante castigo, me volví y quedé frente a él, mirándole retador y acariciándome la polla por encima del bañador, hundiendo mis dedos entre una nube de espuma. Su expresión era un poema. Los ojos fijos en mi, la boca entreabierta y la respiración entrecortada. Me sonreí yo ahora, disfrutando del momento, y decidí mejorar la escena. Volví a darle la espalda y me puse bajo el chorro de agua, aclarandome el jabón de todo el cuerpo, y cuando me pareció el momento... me bajé el bañador, despacio, arrastrándolo ante su vista sobre mis nalgas y dejándolo caer hasta el suelo, mientras con mis manos acariciaba mi culo para eliminar los restos del jabón. Ahora sí, liberada mi polla saltó hacia adelante como un resorte y mis huevos se beneficiaron del efecto relajante del agua caliente. Cuando hube acariciado un rato mi culo, comencé a pasar mi mano por entre los dos cachetes, entreabriéndolos suavemente para dejar correr el agua hasta mi ano, mientras me amasaba los huevos y dejaba que la polla recibiera la lluvia cosquilleante sobre el glande, totalmente descapullado e hinchado. Entonces me volví y miré de frente al socorrista. Su mirada se fijó de inmediato en mi polla y sus ojos se abrieron un poco más. Me di cuenta de que se había empalmado y su polla asomaba por el extremo superior del bañador, hasta tocar su ombligo. El, mientras tanto, se acariciaba los testículos con una mano. Yo estaba cada vez más excitado, mis pezones se habían puesto como piedras y comencé a masturbarme sin dejar de mirarle. Entonces se decidió y dio el primer paso... y otro y otro. Se acercó hasta mí mirándome a los ojos. Ya no era una mirada burlona, sino decidida, resuelta. Se metió despacio en la ducha y me acorraló en una esquina empujándome en el pecho con una mano, mientras el agua caía sobre su cabeza, pecho y espalda. La mano con la que acariciaba sus huevos agarró ahora los mios con firmeza, como queriendo comprobar su dureza. Aguanté la respiración sin dejar de mirarle. Con la otra mano agarró mi mandíbula y entreabrió mi boca. Yo estaba inmovilizado. Acercó su cara y sentí su lengua entrar en mi boca, traspasar la barrera de los dientes, restregarse contra mi lengua y hundirse en el paladar mientras se agitaba como si tuviera vida propia. Cerré los ojos. Creí que me iba a desmayar. Nunca me habían besado así, y en un instante me sentí entregado, vencido, rendido ante ese hombre. Estaba temblando de pronto como un flan, y sólo pude echarle las manos al cuello y apretarle más contra mí, despertar a mi lengua y hacerla trabajar, frotarse, luchar con la suya... Me sentía como un poseso, sin poder dejar de besarle. El se apretó contra mí y sentí sus pezones clavándose contra mi pecho, la dureza petrea de su polla contra la mía. Bajé mis manos por su espalda sintiendo cada músculo y llegué hasta el borde de su bañador. Las metí allí dentro y acaricié sus nalgas, suaves y duras como mármol. Luego las llevé hacia adelante y pellizqué sus pezones, acaricié su pecho agitado, las dejé bajar hasta el ombligo, y más aun, hasta que las coloqué sobre su polla y sus huevos. Allí emepecé un masaje por encima del bañador para acabar metiendo la mano por dentro y notando su piel, su vello, el calor de sus huevos y la tersura de su glande. Estaba deseando agacharme y besarle todo aquello. Se separó un poco y cerró el grifo murmurando: -Estás temblando, te vas a helar. No me atreví a a decir nada, y le dejé que me tomara de la mano y me sacara de la ducha. Una vez fuera me llevó hasta el banco y tomando mi toalla comenzó a secarme la cara, el pelo, la espalda, el pecho, despacio, mirándome a los ojos. Veía sus brazos moverse, sus músculos tensarse bajo el brillo y las gotas de agua y pensaba que deseaba a ese hombre, y que no me podía resistir a su acción, a su iniciativa, no era capaz de detenerle, frenarle o dirigirle. Estaba totalmente entregado... El se arrodilló ante mí y me secó los pies y las piernas, y finalmente, el culo y la polla, pasando la toalla por debajo de los huevos con suavidad. Yo le veía arrodillado ante mí en esa actitud y veía tensarse su polla bajo su slip, la veía debatirse y deseaba quitarselo y liberarla. Pero cuando lo intentaba él no me dejaba agacharme a hacerlo. Finalmente, apartó la toalla y me dio la vuelta, obligándome suavemente a inclinarme sobre el banco. De ese modo, quedé arrodillado en el suelo, con las piernas abiertas, el pecho y los brazos a lo largo del banco, con la cabeza acostada sobre mis manos. Entonces él empezó a pasar su lengua por todo mi cuerpo, desde el cuello, bajando por la espalda hasta mi culo, resbalando por las nalgas y llegando hasta mis pies, así repetidamente, y yo notaba como mi piel se humedecía y se erizaba. Hasta que desvió su lengua y la pasó directamente por entre mis nalgas, hasta los huevos... y sentí que se encogían y -al tiempo- mi polla se estiraba, agitándose en el aire. Y con sus manos me abrió las nalgas y pasó su lengua por mi raja despacio, llenándome de saliva, hasta detenerse en mi ano, donde su lengua se entretuvo durante una eternidad de tiempo, ensalivándome y calentándome el agujero, dilatándolo y volviéndome loco de deseo... hasta que se hundió dentro de mí y me hizo gemir de placer. Su lengua se abrió paso dentro de mi cuerpo y yo no me resistí, al contrario, deseé que me penetrara con fuerza. Embestía con su boca y yo notaba su nariz entre mis nalgas, mientras su lengua se alargaba cuanto era posible y me llenaba el culo de saliva. Mientras tanto, su mano empezó a trabajarme los huevos, acariciándome con las uñas y poniéndome aun mas caliente. Yo sólo podía gemir y agarrarme al banco con fuerza para aguantar las embestidas de su boca contra mi culo, hasta que al fin se detuvo y me dio la vuelta, tumbándome de espaldas sobre el banco. Abrió mis piernas y separó mis pies a ambos lados del banco, mientras me acariciaba los muslos y yo veía mi polla agitada, tiesa, a punto de estallar. Se colocó a mi lado, con su cara muy cerca de mi vientre, y tomó mis huevos entre sus dedos, jugando con ellos, masajeándolos. Yo quería masturbarme pero él me lo impedía apartando mis manos cada vez que yo me acercaba. En eso, sacó su lengua y la pasó por mi polla, desde abajo hasta el glande, llenádomela de saliva... y yo estuve a punto de gritar. Apretó mis huevos y detuvo así la vibración de mi polla que se agitaba como el mastil de un barco a la deriva. Y acto seguido aplicó su boca a mi glande y empezó a chuparme la polla, la abrazó con sus labios, la absorbió despacio, ensalivándola, tragándola, hasta engullirla entera y hacerme sentir el cosquilleo de su barbilla en mi vientre y la presión de su paladar en el glande. Yo sólo acertaba a gemir y a pasar mi mano por su nuca, acariciándole, ayudándole y animándole a metérsela más y más adentro, acompañándole en sus movimientos de arriba abajo, a punto ya de correrme como nunca en mi vida. De pronto, me pareció oir un ruido y abrí los ojos. Allí, de pie junto a la puerta, con los ojos muy abiertos, estaba Oscar observando la escena en silencio. Debía llevar algún rato mirando porque estaba muy concentrado en la actividad del socorrista y -además- estaba sensiblemente empalmado, y con su mano se acariciaba sobre el bañador de un modo casi inconsciente. Yo no tenía fuerzas para hacer nada más que lo que estaba haciendo, es decir, dejarme hacer... por lo que no reaccioné de ningún modo, salvo porque -de pronto- me resultó muy excitante que nos estuvieran mirando, y que fuera precisamente Oscar el que nos espiara era aún más excitante todavía. Seguía concentrado en la actividad del socorrista, en la mamada que me estaba haciendo, en el orgasmo que me iba a provocar, cuando noté que uno de sus dedos se abría paso entre mis nalgas y me masajeaba el agujero del culo. Crecieron mis gemidos y dejé que mi ano se abriera para recibir la caricia. Entonces empezó a formar círculos con la yema de su dedo en mi ano, resbalando con la humedad que presentaba, dilatándolo. Yo me estaba volviendo loco y mi polla crecía por momentos, cuando de pronto empezó a introducirme el dedo, despacio, pero firmemente, en el culo. Sentí que me penetraba una fuerza nueva y comencé a sudar y a jadear como un poseso. Enseguida sentí sus dientes en mi polla, arañandome suavemente, a punto de provocarme un orgasmo brutal. Y entonces empezó a mover su dedo dentro de mí adentro y afuera, despacio, suavemente, y creí morirme. Abrí los ojos y me encontré la cara de Oscar mirando boquiabierto y acariciándose por encima del bañador. Entonces hundí mi polla más en la boca del socorrista, le empujé por la nuca contra mi vientre... mi rabo explotó y me corrí con un grito. La cara de Oscar fue de susto y yo noté que mi esperma se espandía por dentro de la boca del socorrista, mientras él agitaba su dedo dentro de mí, me apretaba los huevos y se tragaba mi polla con más fuerza,acelerando el ritmo de vaivén. Finalmente, la soltó y la dejó en libertad para que pudiera eyacular sus últimos chorros de esperma que me llenaron el pecho, la cara y hasta el suelo entre espasmos y convulsiones de placer, mientras mi socorrista tragaba la leche que llenaba su boca y lamía la que resbalaba sobre mi piel.

Fin de la Primera Parte.





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Gay

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